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jueves, 15 de julio de 2010
QUE HARIAS SI ESTUBIERAS ABURRIDO
lunes, 5 de julio de 2010
HISTORIA DE MIEDO 3
¿Sabes? Estoy contenta. Hacía mucho tiempo que no me encontraba así. Como el sol y los animalitos saltando. Supongo que será porque se está acercando la primavera (mentira, pero no sé que decir).
Últimamente me están pasando cosas alucinantes, verdaderamente increíbles. Me estoy descubriendo a mí misma. Descubro que tengo reacciones sorprendentes ante situaciones determinadas.
Mi persona está dando un cambio radical. Tengo respuestas completamente opuestas a lo que eran (o son aún) mis principios. No sé si me explico con claridad. Cuando por algún motivo se supone que debería ponerme triste, pues me da exactamente igual. No sé si tiene mucho sentido, pero es lo que me ocurre. No precisamente en tu caso pero...
Y eso me contenta porque me doy cuenta de que puedo disfrutar más de las cosas. Puedo sacarles más partido. Quizá me haya dado cuenta un poco tarde, pero aún me queda mucho tiempo.
Me acuerdo de tu última carta. Si no te acuerdas te refrescaré la memoria: La sierra, acampada, andar, radio, sacos de dormir, verano, aire libre... ¿Te acuerdas ya?
Me puse a pensarlo, y debe ser algo fantástico. Si consigo salir de aquí me gustaría ir contigo, pero si vamos seguro.
¡Y hasta aquí llega mi carta!
Aunque he incluido más cosas. No quiero que tenga fin. No me gustan los finales. No es nada del otro mundo. Ya sabes. Nunca hago nada del otro mundo..."
Últimamente me están pasando cosas alucinantes, verdaderamente increíbles. Me estoy descubriendo a mí misma. Descubro que tengo reacciones sorprendentes ante situaciones determinadas.
Mi persona está dando un cambio radical. Tengo respuestas completamente opuestas a lo que eran (o son aún) mis principios. No sé si me explico con claridad. Cuando por algún motivo se supone que debería ponerme triste, pues me da exactamente igual. No sé si tiene mucho sentido, pero es lo que me ocurre. No precisamente en tu caso pero...
Y eso me contenta porque me doy cuenta de que puedo disfrutar más de las cosas. Puedo sacarles más partido. Quizá me haya dado cuenta un poco tarde, pero aún me queda mucho tiempo.
Me acuerdo de tu última carta. Si no te acuerdas te refrescaré la memoria: La sierra, acampada, andar, radio, sacos de dormir, verano, aire libre... ¿Te acuerdas ya?
Me puse a pensarlo, y debe ser algo fantástico. Si consigo salir de aquí me gustaría ir contigo, pero si vamos seguro.
¡Y hasta aquí llega mi carta!
Aunque he incluido más cosas. No quiero que tenga fin. No me gustan los finales. No es nada del otro mundo. Ya sabes. Nunca hago nada del otro mundo..."
HISTORIA DE MIEDO 2
Corrían tiempos extraños. Mi país estaba superando las penurias de la posguerra y las cosas no andaban muy bien. Las calles eran inseguras, los trabajos eran precarios y las ideas eran peligrosas. Había estado conduciendo un viejo Ford por una carretera larga y recta como un destino ineludible. Delante de mí, un BMW circulaba a una velocidad constante y cansina separándome de mi meta. Tampoco es que importase mucho, conducir era agradable y dejabas de pensar.
Las cosas nunca salen como esperas. Media hora antes un camión de carga había dejado el parabrisas hecho una porquería y el líquido del "limpia" se había agotado. Al menos, el cristal ahora estaba impoluto. Pero, cosas del destino, un BMW pisando huevos, el sol empezaba a ponerse, sin líquido del limpiaparabrisas... Como siempre todo sucede de golpe y después del uno y del dos, viene el tres. Yo conducía mi Ford en cuarta y el pobre cacharro no daba para más, impidiéndome el adelantamiento. Así que decidí pegar morro al BMW para que aumentase un poco la velocidad. No hacía falta que se perdiese en el horizonte, con unos veinte kilómetros por hora más me dejaría conducir en paz.
Parece que no era esa la idea del otro conductor. Activó su "limpia", que proyectó el agua por encima del BMW. El chorro fue a parar al cristal delantero de mi coche. Empecé a maldecir a aquel cabronazo, pero el tiempo no estaba de mi parte. El sol había descendido lo suficiente como para empezar a deslumbrar. Lo suficiente para no percatarme de que el tipo iba a salir de la carretera para repostar. La reacción fue instintiva. Invadí el carril izquierdo y rápidamente di un volantazo para regresar al mío. Al conductor del camión que circulaba en sentido contrario no tuvo que hacerle mucha gracia.
Los minutos siguientes fueron un lapsus bastante estúpido. Ahora era yo el que conducía a ritmo de tortuga. Las piernas me temblaban y para colmo de males, el agua del cristal y el posterior polvo del camión hacían imposible ver con claridad. La carretera viró hacia el oeste y el sol comenzó a darme de cara.
Seguí conduciendo unos tres kilómetros con el sol deslumbrándome hasta que me percaté de que no podía circular en esas condiciones. Ya estaba más tranquilo y empecé a sentirme como un imbécil. Recordé que aún me quedaban otros veinte kilómetros más conduciendo hacia el oeste y decidí bajar el parasol. La mala suerte siempre viene en sacos de cinco kilos. El parasol se quedó en mi mano. Quizás el cabreo me hizo terminar de arrancarlo o sencillamente el coche era demasiado viejo y se caía a cachos.
Recordé lo que decía mi padre cuando me enseñó a conducir. Si algo te deslumbra, no mires a la luz. Seguí conduciendo con la puesta de sol jodiéndome la vista hasta que llegué a casa. Subí por las escaleras hasta el sexto piso. Los bloques sin ascensor tenían un alquiler bastante barato para la época. Abrí la puerta y me acerqué al frigo a coger una birra para sentarme un rato a reflexionar sobre la mierda de día que llevaba. Encendí la vieja sanyo, cambié de canal, bajé el volumen y en ese momento me di cuenta de que el día no se había terminado aún. Me había quedado sin tabaco...
Las cosas nunca salen como esperas. Media hora antes un camión de carga había dejado el parabrisas hecho una porquería y el líquido del "limpia" se había agotado. Al menos, el cristal ahora estaba impoluto. Pero, cosas del destino, un BMW pisando huevos, el sol empezaba a ponerse, sin líquido del limpiaparabrisas... Como siempre todo sucede de golpe y después del uno y del dos, viene el tres. Yo conducía mi Ford en cuarta y el pobre cacharro no daba para más, impidiéndome el adelantamiento. Así que decidí pegar morro al BMW para que aumentase un poco la velocidad. No hacía falta que se perdiese en el horizonte, con unos veinte kilómetros por hora más me dejaría conducir en paz.
Parece que no era esa la idea del otro conductor. Activó su "limpia", que proyectó el agua por encima del BMW. El chorro fue a parar al cristal delantero de mi coche. Empecé a maldecir a aquel cabronazo, pero el tiempo no estaba de mi parte. El sol había descendido lo suficiente como para empezar a deslumbrar. Lo suficiente para no percatarme de que el tipo iba a salir de la carretera para repostar. La reacción fue instintiva. Invadí el carril izquierdo y rápidamente di un volantazo para regresar al mío. Al conductor del camión que circulaba en sentido contrario no tuvo que hacerle mucha gracia.
Los minutos siguientes fueron un lapsus bastante estúpido. Ahora era yo el que conducía a ritmo de tortuga. Las piernas me temblaban y para colmo de males, el agua del cristal y el posterior polvo del camión hacían imposible ver con claridad. La carretera viró hacia el oeste y el sol comenzó a darme de cara.
Seguí conduciendo unos tres kilómetros con el sol deslumbrándome hasta que me percaté de que no podía circular en esas condiciones. Ya estaba más tranquilo y empecé a sentirme como un imbécil. Recordé que aún me quedaban otros veinte kilómetros más conduciendo hacia el oeste y decidí bajar el parasol. La mala suerte siempre viene en sacos de cinco kilos. El parasol se quedó en mi mano. Quizás el cabreo me hizo terminar de arrancarlo o sencillamente el coche era demasiado viejo y se caía a cachos.
Recordé lo que decía mi padre cuando me enseñó a conducir. Si algo te deslumbra, no mires a la luz. Seguí conduciendo con la puesta de sol jodiéndome la vista hasta que llegué a casa. Subí por las escaleras hasta el sexto piso. Los bloques sin ascensor tenían un alquiler bastante barato para la época. Abrí la puerta y me acerqué al frigo a coger una birra para sentarme un rato a reflexionar sobre la mierda de día que llevaba. Encendí la vieja sanyo, cambié de canal, bajé el volumen y en ese momento me di cuenta de que el día no se había terminado aún. Me había quedado sin tabaco...
HISTORIAS DE MIEDO
No lo recuerdo con mucha claridad. Era aún un crío. Ese día llegué del colegio tarde porque me había quedado jugando en la calle con los niños del barrio. Cuando entré en casa me estaba esperando una de esas broncas. Las de siempre. En un momento de subida de tono recuerdo oír las palabras "en esta casa hay unas normas, mientras estés bajo este techo vas a cumplirlas". Fue una discusión bastante chocante para un chaval de ocho años.
Recuerdo que salí corriendo hacia el ascensor. Fue mi primera escapada y realmente pensaba que no iba a volver. Luego, con el tiempo, comprendí que siempre llevaba esa sensación de "no voy a volver" y que realmente era algo pasajero.
Corrí calle abajo, atravesando el hospital, hasta llegar al parque. Desde ese momento todo era confusión. La gente corría asustada y había sangre en el suelo. Recuerdo un cachorro tirado e inmóvil como una marioneta rota. Recuerdo gente herida y recuerdo el pánico al ver al animal que lo había causado todo. Era un perro del tamaño de un pastor alemán, pero con el pelo largo y moteado como las hienas. Los pelos del lomo estaban erizados y corría por el parque dando dentelladas a los viandantes.
Fue un momento bastante corto. Yo estaba inmovilizado por el miedo y el perro se acercaba mordiendo todo lo que había a su paso. El miedo me invadió y deseé que mis padres estuvieran allí para ayudarme. Pero recordé que estaba solo. Me había escapado de casa y ya no debía depender de nadie. Por un instante me sentí tranquilo, en paz. Y miré a los ojos del demonio. En mi mente se repetía un mensaje. Algo así como "no me va a morder, no tiene por qué hacerlo".
El animal se quedó fijo por un segundo y saltó encima de mí. No sentí ningún miedo, de alguna forma sabía que no me atacaría. Empezó a lamerme. Yo estaba tumbado y no comprendía nada, solo sé que no tenía miedo. Aún se escuchaban los gritos cuando el perro siguió su camino por el parque. Lo siguiente que recuerdo es un disparo y al infeliz animal saltando como un resorte.
Fue la primera vez que recuerdo esa sensación de paz y resignación justo después del miedo.
Recuerdo que salí corriendo hacia el ascensor. Fue mi primera escapada y realmente pensaba que no iba a volver. Luego, con el tiempo, comprendí que siempre llevaba esa sensación de "no voy a volver" y que realmente era algo pasajero.
Corrí calle abajo, atravesando el hospital, hasta llegar al parque. Desde ese momento todo era confusión. La gente corría asustada y había sangre en el suelo. Recuerdo un cachorro tirado e inmóvil como una marioneta rota. Recuerdo gente herida y recuerdo el pánico al ver al animal que lo había causado todo. Era un perro del tamaño de un pastor alemán, pero con el pelo largo y moteado como las hienas. Los pelos del lomo estaban erizados y corría por el parque dando dentelladas a los viandantes.
Fue un momento bastante corto. Yo estaba inmovilizado por el miedo y el perro se acercaba mordiendo todo lo que había a su paso. El miedo me invadió y deseé que mis padres estuvieran allí para ayudarme. Pero recordé que estaba solo. Me había escapado de casa y ya no debía depender de nadie. Por un instante me sentí tranquilo, en paz. Y miré a los ojos del demonio. En mi mente se repetía un mensaje. Algo así como "no me va a morder, no tiene por qué hacerlo".
El animal se quedó fijo por un segundo y saltó encima de mí. No sentí ningún miedo, de alguna forma sabía que no me atacaría. Empezó a lamerme. Yo estaba tumbado y no comprendía nada, solo sé que no tenía miedo. Aún se escuchaban los gritos cuando el perro siguió su camino por el parque. Lo siguiente que recuerdo es un disparo y al infeliz animal saltando como un resorte.
Fue la primera vez que recuerdo esa sensación de paz y resignación justo después del miedo.
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